Capítulo 15 (Maratón 2/3)
Cuando
me desperté esta mañana, lo primero que hice fue mirar el móvil
por si Justin me había dejado algún mensaje o me había llamado.
Nada. Ayer desapareció después de recibir aquel SMS y no volvió a
dar señales de vida. Somos vecinos, ¿debería haber ido a su casa a
preguntar qué le había pasado? Quizá. Pero todavía no me había
quedado muy claro qué éramos y qué derechos y obligaciones tenía
con él. Así que me aguanté y me fui a la cama triste. Hasta me
entraron ganas de llorar. Me gusta mucho ese chico y que se marchara
así, sin dar explicaciones y no volviera a llamarme, me afectó de
verdad. Observaba el móvil cada dos minutos deseando que sonara, que
fuera él. Qué sensación de angustia tan enorme. Me preguntaba qué
estaría haciendo, por qué no se ponía en contacto conmigo. ¿No lo
habíamos pasado bien juntos? ¿No me merecía algunas respuestas? Yo
creía que sí. Aunque no fuéramos novios todavía. Aunque sólo
fuéramos compañeros de clase con los sentimientos confusos. Aunque
fuéramos amigos y nada más. Pero después de lo que había ocurrido
entre ambos durante el fin de semana, lo menos que me merecía era
una llamada. Sin embargo, ésta no se produjo. Esta mañana, mientras
me dirigía hacia el instituto, deseaba con todas mis ganas
encontrármelo en el camino. Abrazarle, besarle. Cogerle de la mano y
reírnos en silencio. No reprocharle nada, sino simplemente, seguir
con lo nuestro. Nuestra historia. Soy tonta, lo sé. Pero mis
intenciones eran ésas. En cambio, ni rastro de Justin. ¿Estaría ya
en clase? No. No estaba.
Y
tampoco asistió a la primera hora. Ni a la segunda. Ni apareció en
la tercera. Ahora sí, empezaba a preocuparme de verdad. ¿Y si le
había pasado algo serio? Estuve a punto de marcharme en el recreo,
pero tampoco tenía demasiado sentido que lo hiciera. ¿Cómo iba a
justificar mi falta de asistencia? Entonces y, aunque está prohibido
usar los teléfonos en el recreo, decidí llamarlo. Me escondí en el
gimnasio después de asegurarme de que no había nadie. Y lo llamé.
Dos, tres veces. Me estaba volviendo loca. Siempre la misma
respuesta. El número al que estaba llamando estaba apagado o fuera
de cobertura. ¡No me lo podía creer! Justin se había esfumado.
Había desaparecido de la tierra. Sentada en una montaña de
colchonetas, le daba vueltas a la cabeza. Intentaba buscar algo que
se me hubiera pasado por alto. Era tal mi locura que hasta me planteé
las posibilidades más surrealistas. ¿Lo habían abducido los
extraterrestres? ¿Se había fugado de casa? ¿Y si Justin realmente
no existía y era todo fruto de mi imaginación? No. ¡Todo aquello
era imposible! Y yo me estaba volviendo loca de verdad. Retrocedí en
el tiempo y analicé la situación. Y la conclusión a la que llegué
es que las dos veces que Justin desapareció y se comportó de manera
extraña fue tras recibir aquellos misteriosos mensajes en el móvil.
Ahí estaba la clave. ¿Quién se los enviaría y qué dirían? En
esas reflexiones estaba cuando la puerta del gimnasio se abrió.
Rápidamente, me levanté y me escondí detrás de la montaña de
colchonetas. Lo único que me faltaba es que el profesor de Educación
Física me pillara allí en la hora del recreo. Sin embargo, pronto
me di cuenta de que no era una, sino dos personas las que entraron.
Se reían y hablaban en voz baja. Y luego… ¿Besos? ¿Aquello era
lo que parecía? ¡Sí! ¡Una pareja se había metido en el gimnasio
para enrollarse allí dentro! Rezaba para que no vinieran a las
colchonetas. Si algo lo deseas mucho se supone que se cumple. O no.
Porque la parejita no tuvo en cuenta mis súplicas y se dirigió
exactamente hacia donde yo estaba. ¡Madre mía! ¡No quería
presenciar nada de lo que no estaba invitada a presenciar! Me di la
vuelta y me tumbé en el suelo para que no me vieran. Los chicos, sin
ningún tipo de pudor, se echaron en la colchoneta de arriba y
comenzaron a besuquearse. Y yo al lado, tumbada y muerta de
vergüenza. ¡Qué marrón tan grande! ¿Duraría mucho aquella
fiesta? El timbre que anunciaba el final del recreo no tardaría en
sonar. Cerré los ojos y volví a rezar. En esta ocasión imploré
para que sólo hubiera besos. Que no pasaran a la siguiente fase, por
favor. Mi vida estaría marcada para siempre por aquella pareja si
decidían dar un paso más. Pero afortunadamente, el timbre sonó.
¡Salvada!
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